Tras 180 años de cultivo continuo, el ensayo agrícola más antiguo del mundo afirma que los fertilizantes aumentan hasta un 28% el carbono en el suelo según el experimento Broadbalk
El experimento Broadbalk, activo en Reino Unido desde 1843, es el ensayo agrícola más antiguo del mundo. Se ha cultivado trigo de invierno continuamente durante 180 años.
- Suelo agrícola con potencial oculto.
- Fertilizantes bien gestionados = más carbono retenido.
- Nitrógeno + fósforo, combinación clave.
- Beneficios visibles tras décadas, no al instante.
- Microorganismos del suelo, protagonistas invisibles.
- Implicaciones reales para la agricultura climáticamente inteligente.
Qué es el experimento Broadbalk
El experimento Broadbalk es uno de los estudios de campo agrícola más antiguos del mundo y se considera el experimento científico más largo que sigue en funcionamiento. Se estableció en 1843 por John Bennet Lawes y Joseph Henry Gilbert en la estación de investigación de Rothamsted, en el Reino Unido.
El objetivo principal del experimento es evaluar los efectos a largo plazo de diferentes fertilizantes orgánicos e inorgánicos sobre el rendimiento del trigo de invierno y la fertilidad del suelo.
Características y diseño del experimento Broadbalk:
El experimento consiste en varias parcelas o franjas de tierra, en las que se cultiva trigo de forma continua. Cada parcela recibe un tratamiento diferente: algunas reciben estiércol, otras reciben combinaciones de fertilizantes minerales (nitrógeno, fósforo, potasio, sodio y magnesio), y una actúa como parcela de control, sin recibir fertilizantes desde 1843.
A lo largo de sus más de 180 años de historia, el experimento ha evolucionado para incluir rotaciones de cultivos y nuevos tratamientos, lo que permite a los científicos seguirlo adaptando a las prácticas agrícolas modernas.
Resultados y lecciones clave del experimento Broadbalk:
Fertilidad del suelo: El experimento ha demostrado cómo los fertilizantes afectan la composición del suelo a largo plazo. Las parcelas con estiércol han visto un aumento considerable en su contenido de carbono orgánico, mientras que la parcela de control muestra una fertilidad muy baja.
Rendimiento de los cultivos: Ha permitido comparar la efectividad de los fertilizantes orgánicos e inorgánicos en el rendimiento del trigo, demostrando que ambos son importantes y que una nutrición equilibrada es fundamental para mantener la producción agrícola.
Control de malezas y enfermedades: Con el tiempo, el experimento ha proporcionado información sobre el impacto de las malezas, plagas y enfermedades en los cultivos bajo diferentes regímenes de fertilización y rotación.
Sostenibilidad a largo plazo: La continuidad del estudio subraya la importancia de los experimentos a largo plazo para comprender los efectos de las prácticas agrícolas en la sostenibilidad de los ecosistemas agrícolas.
Un hallazgo inesperado en un experimento de 180 años con el experimento Broadbalk
El experimento Broadbalk, en Rothamsted, Reino Unido, lleva casi dos siglos cultivando trigo de manera ininterumpida. Pero más allá del récord de longevidad agrícola, este campo se ha convertido en una fuente invaluable de datos sobre dinámicas del carbono en el suelo. Investigadores de Zhejiang University, junto a científicos británicos, han descubierto que el uso prolongado de fertilizantes minerales puede mejorar de forma significativa la capacidad del suelo para almacenar carbono de forma duradera.
El análisis detallado de muestras tomadas a lo largo de generaciones ha revelado que las parcelas fertilizadas con nitrógeno y fósforo retienen hasta un 28 % más de carbono orgánico que aquellas que no reciben ningún tipo de fertilización. Un resultado que puede parecer contraintuitivo frente a la narrativa dominante sobre el uso de fertilizantes, pero que abre nuevas vías de reflexión.
¿Cómo influye cada nutriente en el carbono del suelo según el experimento Broadbalk?
Los efectos de los fertilizantes no son homogéneos. El fósforo, por sí solo, acelera la actividad microbiana y la descomposición de materia orgánica. Esto genera un aumento de la biomasa microbiana, sí, pero también provoca que gran parte del carbono se libere como dióxido de carbono en lugar de estabilizarse en el suelo.
El nitrógeno, en cambio, actúa de otra manera. Aumenta la eficiencia con la que los microorganismos transforman restos vegetales en formas de carbono más persistentes, conocidas como carbono mineral asociado. Este tipo de carbono se adhiere a partículas del suelo y puede permanecer almacenado durante décadas o siglos.
Cuando ambos nutrientes se aplican juntos, se genera un efecto sinérgico: mejora del crecimiento vegetal, aumento del carbono lábil que los microbios pueden procesar y mayor conversión a formas estables. El resultado es una mayor retención de carbono a largo plazo.
Más allá del experimento Broadbalk: ¿Es un patrón global?
Los investigadores ampliaron su análisis a través de una meta-revisión de estudios internacionales. Revisaron datos de decenas de ensayos a largo plazo en distintas regiones del mundo. El patrón se repite: suelos fertilizados con nitrógeno y fósforo muestran aumentos medios de carbono del 21 % y 13 %, respectivamente. Es decir, los beneficios no son exclusivos del suelo británico.
Lo interesante es que este efecto no es inmediato. En muchos casos, los primeros años muestran ganancias modestas, incluso estancamiento. Pero con el tiempo —a partir de los 30 años de aplicación continua— los suelos comienzan a acumular carbono de forma más estable y sostenida. Un claro argumento a favor de la investigación de largo plazo, poco común en ciencia.
Un cambio de paradigma en la gestión de nutrientes
Durante años, los fertilizantes han sido señalados como causantes de múltiples impactos ambientales: emisiones de óxidos de nitrógeno, contaminación de aguas, pérdida de biodiversidad microbiana. Todo eso sigue siendo cierto si se abusa de ellos o se aplican sin criterios ecológicos.
Sin embargo, este estudio propone una mirada más matizada. No se trata de defender el uso indiscriminado de fertilizantes minerales, sino de reconocer que, bien gestionados y en dosis adecuadas, pueden formar parte de una estrategia de agricultura regenerativa. Es decir, una agricultura que no solo produce alimentos, sino que también ayuda a frenar el cambio climático.
Hay proyectos que ya lo están aplicando. Por ejemplo, el programa europeo AgriCaptureCO2 trabaja con agricultores para optimizar el manejo de nutrientes y aumentar la captura de carbono en cultivos convencionales. En China, donde comenzó esta investigación, varias provincias están ensayando con modelos de fertilización de precisión que reducen el desperdicio y potencian los beneficios para el suelo.
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